SIEMPRE

miércoles, 11 de marzo de 2009

Los alimentos terrestres - André Gide

Muchas veces las palabras que tendríamos que haber dicho no se presentan ante nuestro espíritu hasta que ya es demasiado tarde.


La unión de Gide con su prima fue un matrimonio blanco; ella nunca preguntó nada y él jamás dio explicaciones. Los dos habían recibido una rígida educación puritana, pero Gide albergaba el erróneo convencimiento de que la sensualidad era cosa de hombres o de mujeres de mala vida. Sobre Madeleine pesaba un trauma juvenil: el descubrimiento de la infidelidad de la madre. Estos solitarios que se amaron durante la vida entera no podían sino desencontrarse. Más allá de los desplantes de El inmoralista, la nostalgia del amor, del amor pleno y puro, se mantuvo en pie.


Conmueve el patético convivir de esas dos soledades que se amaron tan sinceramente. Separados por la desviación de él y la pasividad de ella, Gide buscó sustituir el amor pleno que le negaba con la donación de una obra que ella jamás leyó. Escribe: «Toda mi obra está inclinada hacia ella. Hasta Los monederos falsos, el primer libro que escribí tratando de no tenerla en cuenta, todo lo he escrito para convencerla, para arrastrarla. Todo ello no es más que un largo alegato. Ninguna obra ha sido más motivada que la mía». Madeleine no indagó, tampoco obró para forzar un sinceramiento. Inclusive se mutiló, y en dos dimensiones: deformó sus manos (lo que más admiraba él) y, tras cierta fuga del marido a Londres, con uno de sus amigos ocasionales, quemó sus cartas, lo más valioso de sus escritos, según el propio Gide.

Fruto de esa ambivalencia es la novela La sinfonía pastoral, uno de sus libros más hermosamente poéticos y más intrínsecamente perversos. La relación entre el pastor y la muchacha a quien aquél pretende salvar, es un compendio de ambigüedad e hipocresía.

cervantesvirtual.com

El veterano Jean Delannoy (amigo y colaborador de Jean Cocteau y Jean-Paul Sartre) se especializó en adaptaciones literarias. La symphonie pastorale, de André Gide, revestía una especial dificultad para su paso a la pantalla. La pequeña protagonista, un niña ciega, le pide a su tutor, en uno de los momentos más bellos de la novela, que le muestre qué son los colores. La explicación le lleva a realizar un delicado paralelismo entre el color y la música. Cada tonalidad, una nota; cada paisaje, una partitura. Delannoy firma una versión personal, premiada con la Palma de Oro en Cannes, festival en el que también fueron galardonados Michele Morgan por el papel de Gertrude y Georges Auric por la banda sonora.

ELPAIS.com

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