SIEMPRE

domingo, 24 de enero de 2010

La verdadera historia de la bruja Malandrina



PARA SAMUEL Y GUILLERMO

Cuentan por ahí que la bruja Malandrina es la más bruja entre las brujas, la más cruel, la que más niños secuestra para comérselos aliñados con salsa de mostaza que es lo que a ella le encanta. Cuentan que no se sabe exactamente donde vive, que recorre el mundo en su escoba con motor, corren otros tiempos, incluso dicen que tiene ordenador. También dicen que está siempre preparada para jugarte malas pasadas, que hay que tener mucho cuidado porque en cualquier momento puede aparecer a tu lado. Son muchos los que dicen haberla visto, sonriéndoles desdentada desde el otro lado de sus ventanas. Algunos dicen que tiene el pelo color ceniza, otros, que ni pelo tiene y quien más, quien menos, le ha visto varias verrugas, pocos dientes y una nariz prominente. Nadie se pone de acuerdo en cuanto a su atuendo, que si verde, que si rojo, que si negro, que si es una larga túnica, que si viste con vaqueros, que si es una bruja moderna, que si es una antigua, que si va desnuda tapada con su larga cabellera roja como el fuego. ..No hay quien se aclare con tal disparidad de criterios.
Cuando oigo a la gente hablar de Malandrina, no puedo evitar reír porque sólo yo la he visto de verdad, sólo yo conozco sus secretos y os preguntaréis por qué tengo este privilegio, pensaréis que igual miento. Pero os puedo jurar que la gente exagera, que no es para tanto, que la bruja Malandrina causa algún que otro sobresalto, pero que es mucho peor su prima Serafina, una bruja de las malas, sin escoba ni antiguallas. Pero, dejemos a Serafina, ya la conoceréis en este cuento. Ahora he de hablar de Malandrina, a quien conozco desde que nací. No me raptó, ni intentó comerme aún siendo un imberbe. ¿Qué por qué he tenido tanta suerte? La tendré hasta la muerte porque Malandrina, de la que dicen que es todo maldad, conmigo no se mete porque es mi mamá.
¿Cómo os habéis quedado? ¿Sorprendidos, anonadados? Soy hijo de bruja y humano, así que algún poder tengo pero son muy limitados. Aunque no es de mí de quien quiero hablar, mi madre es la protagonista de esta historia singular.
Malandrina siempre miente en cuanto a su edad. Es mucho más vieja de lo me quiere hacer creer porque hasta dragones conoció y hace tiempo que los dragones se extinguieron, ya que la modernidad creó otros nuevos engendros y los dragones, tristes y apenados por no servir ya de nada, porque no daban ya miedo, decidieron volver a los libros y del mundo se fueron. Mi madre ha visto muchas cosas y aún verá más porque si tiene una gran ventaja, es la de la inmortalidad. Así que no podré contar toda, toda su historia porque sería tan larga, tan larga que nunca terminaría y no podríais ni comer, ni jugar, ni ir al cole, ni dormir, ni soñar.
Malandrina ya nació bruja. Porque bruja hay que nacer. Nadie se convierte en bruja de la noche a la mañana ni se puede aprender a ser bruja. Por más que mucha gente se empeñe, nunca conseguirán ser buenas brujas, ni brujos, simplemente será gente mala que nunca lograrán nada. Entre los brujos, los hay buenos, malos y regulares, como todo el mundo. Mi madre aprendió a ser una bruja muy malvada, pero nunca comió niños ¡Vaya salvajada! Nació fea, muy fea, las cosa como son. No todas las brujas son feas, las hay muy bellas, pero como el común de los mortales, algunos nacen agraciados y otros feos hasta el desagrado. Otra falsa leyenda sobre mi madre, ella no tiene verrugas. Es fea, pero tiene la piel lisa y ni un solo grano adorna su sonrisa. Tampoco es desdentada, tiene todos los dientes en su sitio y además blanquísimos. Pero sin más dilación debo dar comienzo a mi narración.
Cuando Malandrina tenía un año ya hablaba, caminaba y sabía hacer conjuros y sus padres le enseñaron a utilizarlos con precaución y también le enseñaron a ser buena, a no convertirse en una bruja mala del montón. Sin embargo, Malandrina que era muy inquieta, pronto empezó a hacer travesuras. Era hija única, así que se aburría y decidió raptar a un niño para hacerlo su amigo. Y allí empezó la oscura leyenda de la Malandrina comeniños. Eso fue hace tanto, tanto tiempo, en un lugar tan lejano que ni los más viejos se acuerdan muy bien de ese cuento que sus padres les contaron, a quienes se lo habían contado sus abuelos y a ellos los suyos, y así hasta el infinito.
Malandrina tenía cuatro años cuando raptó a Ernesto, un niño muy mono del pueblo. Entró por la noche en su habitación mientras dormía y sin siquiera despertarlo se lo llevó a su guarida. Lo escondió de sus padres, que la habrían regañado y a la mañana siguiente el niño despertó y Malandrina estaba a su lado. Ernesto abrió los ojos y al ver a semejante niña desconocida, tan fea, a su vera, gritó tanto que despertó a todo el pueblo. Malandrina le puso la mano en la boca para que se callara, sus padres la iban a descubrir y estaba asustada. Y el niño se asustó más y soltó un grito ahogado tan descomunal que ya no lo oyó sólo el pueblo sino casi el mundo entero en su totalidad. Entonces Malandrina le soltó una bofetada para que se callara y allí empezó su negra leyenda. Sus padres al ver lo que Malandrina había hecho salieron pitando de allí con su hija dejando solo a Ernesto. El pueblo entero se dirigía con palos, arcos y flechas, piedras y todo lo contundente que pillaron en sus manos para terminar con esos brujos de los que nunca se fiaron. Cuando llegaron, Malandrina y sus padres ya habían escapado, montados en sus escobas que en esa época no tenían motor a propulsión sino que con una pócima cumplían su misión de volar. Con tanta prisa huyeron que a punto estuvieron de chocar con el árbol más alto que había en el bosque comunal. Mientras sobrevolaban el pueblo a la gente vieron, enfurecida, bramando y gritando: ¡Muerte a los brujos, hijos del diablo, muerte a los brujos! No fue mejor cuando encontraron a Ernesto que, niño imaginativo que era, a todos les contó este cuento:
-Esa niña bruja, Malandrina, ha venido a raptarme esta noche con intención de comerme. ¡Qué miedo he pasado, qué bruja más terrorífica! Tenía cuatro verrugas y ni un solo diente. Me ha dicho que quería comerme y que como no tenía con qué masticar, me metería al horno para asar, para que estuviera más blandito, con una salsa de mostaza me iba a aliñar. Y luego me ha dicho que se pensaba zampar a todos los niños de esta comunidad. Y en cuanto a los mayores, como sois demasiado duros para su boca sin dientes, iba a meteros en una olla para hacer un caldo con vuestros cuerpos y vuestras mentes. Y antes de todo eso me ha dado una buena tunda, me ha pegado, pero yo me he defendido, uno de sus pocos dientes le he arrancado y tanto miedo ha tenido de mi valentía que ha cogido a sus padres y han emprendido la huida.
Y así se comenzó a gestar la mala fama de mi madre. Efectivamente, ella había raptado a Ernesto y también le había pegado un bofetón, no diré que no. Pero nunca quiso comérselo, sólo quería un amiguito con quien jugar y se asustó tanto al oírlo gritar que la mano se le fue y le llegó a pegar. Sus padres, mis abuelos, la castigaron mucho tiempo sin jugar ni merendar. A ella, como a todos los niños, brujos o no, le gustaba jugar. Quizá sus juegos eran un poco diferentes de los del resto de niños y como los brujos dispersados por el mundo rara vez vivían juntos para no despertar sospechas, Malandrina no tenía niños a su alrededor, brujos o no. Algunas veces, decidía darle vida a una piedra y jugar con ella al escondite, o también con los animales hasta el día que tuvo la brillante idea de ponerse a jugar con un saltamontes. Ni que decir tiene que el saltamontes ni caso hacía a Malandrina, por lo que esta decidió darle la facultad del habla y hacerlo grande, ya que era demasiado pequeño para jugar con ella al balón. ¡En mala hora se le ocurrió! Con lo simpático e inofensivo que era siendo pequeño se convirtió en una fiera sin dueño. ¿Qué comían los saltamontes? Nunca se lo había preguntado, pero en ese momento mientras corría perseguida por el enorme insecto o lo que fuera aquello que le sacaba tres cabezas deseó que no les gustara la carne de pequeña bruja. Tampoco se detuvo a preguntarle aunque él pudiera hablarle porque todo parecía indicar que intención de jugar no tenía, más bien tenía la tripa vacía.
-¡¡Papáaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaas!-gritaba por el bosque, olvidando incluso que tenía poderes y que podía hacer otra vez pequeño al saltamontes.
Sus padres salieron a tiempo de la cabaña para evitar la catástrofe, el saltamontes estaba a punto de lanzarse sobre Malandrina con la boca muy abierta. Su madre, mi abuela, dijo unas palabras mágicas:
-Rerrorreorretrocede atu srerere.
Y el gran saltamontes cazabrujas volvió a ser un pequeño saltamontes que trotaba de rama en rama y Malandrina volvió a ser castigada. Esta vez le prohibieron realizar cualquier tipo de hechizo, pero Malandrina, que no aprendía nunca de sus errores no hizo caso de sus mayores. Escapó una noche por la chimenea y sin rumbo fijo, aburrida y enfadada pensó que esta vez de verdad iba a ser malvada. Vivían en ese momento en el bosque de otro pequeño pueblo y nunca se habían acercado por allí ya que los padres de Malandrina no querían problemas. Querían vivir en paz, con sus pócimas, sus serpientes, sus murciélagos, ensayando hechizos nuevos para cuando llegara la hora de volver al país de los brujos. No querían tener trato con humanos porque los humanos pensaban que las brujas y los brujos eran todos malos y por menos de nada los quemaban como si fueran tostadas. Pero a Malandrina no le gustaba esa soledad, quería mezclarse con la gente, aunque siendo bruja eso no era muy inteligente. Malandrina había oído a sus padres hablar de los brujos del mal, seres malignos que sólo querían el terror sembrar y aunque ella no era mala, se aburría tanto que soñaba a veces con sembrar el terror y ser lo peor. Esa noche como estaba enfadada, al pueblo se fue a hacer alguna gamberrada.
Pasó toda la noche fuera, pero por la mañana, sus padres la encontraron felizmente dormida, no sospecharon para nada su huida. Pero al cabo de una hora les llegó un rumor lejano, parecía venir del pueblo donde estaban los humanos. Sin embargo el sonido no era humano, se oían gruñidos extraños, un “oing, oing” continuo que se iba haciendo cada vez más cercano. ¿Qué sería aquello? Malandrina estaba muy callada comiendo su sopa de araña mientras sus padres salían fuera a averiguar qué era ese sonido que se oía entre las cañas.
¡Cerdos y más cerdos! Un montón de cerdos gruñendo iban con paso firme hacia la cabaña de Malandrina y sus padres y aunque su expresión era porcina tenían pinta de estar muy cabreados. ¡Cientos de cerdos enfadados! ¡OING,OING, OING,OING! Iban hacia ellos, ¿qué pretendían, se los querían comer? Malandrina salió a la puerta y allí estaban sus padres, alerta. Eran demasiados cerdos como para hacerles un conjuro, pero estaba claro que les querían atacar, ¿qué decisión tomar? No les quedaba otra opción más que escapar. Así que cogieron corriendo sus escobas y sus cosas más importantes y ascendieron al cielo, sin mirar atrás, solo mirando hacia adelante. Cuando estuvieron a salvo no le quedo otro remedio a Malandrina que confesar lo que había hecho. Había sido ella quien convirtiera a todo el pueblo en una manada de gorrinos: padres, madres, niños, tíos y sobrinos. Para tranquilidad de sus padres, Malandrina les dijo que había utilizado el conjuro número cuarenta, ese que desaparece al cabo de unas horas, solo, por su cuenta. ¡Y ahora qué hacer, otro pueblo al que no podrían volver! Además, Malandrina fue vista por algún que otro vecino cuando huía tras haberlos convertido en ganado porcino, así que la leyenda de la malvada bruja Malandrina se iba poco a poco extendiendo y tendrían que esconderse por un tiempo sin remedio. En aquellos tiempos las noticias corrían veloces de boca en boca, pasaban al viento que las dejaba en los árboles. Los árboles, que eran muy cotillas seguían contando las historias, exagerándolas cuanto podían ya que pequeña era su memoria. Y los pájaros que en sus ramas estaban y que todo oían disimulando haciendo como que estaban cantando, volaban a otros bosques, a otras ramas y seguían contando la historia a sus parientes. Y otros árboles y otros vientos transportaban todos los cuentos que al final llegaban a otros humanos que escuchaban con los ojos muy abiertos. Y así vagaron durante meses y años Malandrina y sus padres, escondiéndose, sin poder quedarse mucho tiempo en ninguna parte ya que a oídos de todos habían llegado sus malas artes. A veces descansaban en lo alto de una montaña y cuando se hacía de día seguían con su huída. Tuvo que pasar mucho tiempo hasta que los humanos olvidaran la existencia de esos brujos y al fin, Malandrina y sus padres pudieron encontrar un hogar seguro, aunque modesto y sin lujos.
Ya Malandrina había crecido y tenía los diez años bien cumplidos y aunque había aprendido la lección, la soledad y el aburrimiento seguían encogiendo su corazón. ¿Para qué servía saber hacer conjuros si nunca podían ver a nadie, si siempre tenían que estar en lo más oscuro? Sus padres le decían que no se preocupara, que pocos años les quedaban ya para volver a la tierra de los brujos, para volver a su hogar. Pero lo que a sus padres les parecían pocos años, para Malandrina era una enormidad de tiempo, le daba para tener todavía mucho aburrimiento. Y aunque no quería volver a meterse en líos, todo cambió con la inesperada visita de sus tíos. Con sus tíos venía su prima Serafina que era tan mala, tan mala que Malandrina la temía. Pero, por otra parte, Serafina tenía su edad, a lo mejor tendría alguien con quien jugar.
Serafina no hacía solo travesuras por aburrimiento como le ha pasado a Malandrina en este cuento, sino que era pura maldad. Cuando estaba con los mayores ponía cara de niña buena y a ellos les engañaba, pero Malandrina sabía que solo maldades en su cabeza cabían. Serafina y sus padres sólo iban a estar una semana, escondidos porque su hija decía que la gente donde vivían no la quería. Lo que sus padres no sabían es que en el pueblo Serafina había hecho de todo y nada bueno.
La primera noche después de cenar Malandrina y Serafina salieron a jugar. O eso creía Malandrina. Cuando estuvieron fuera de casa, Serafina le dijo a Maladrina:
-Oye, prima, vámonos al pueblo más cercano, sólo para espiar a los humanos.
- No sé serafina, mis padres me lo han prohibido. ¿Por qué no hacemos aquí unos hechizos en el bosque?
-No seas tonta, Malandrina, que no vamos a hacer nada malo. Espiamos un poco a los humanos sin que nos vean y luego volvemos. Venga, vamos Malandrina, será divertido, ya verás.
Durante un rato estuvieron discutiendo y al final Malandrina fue convencida, una vez más vencieron su curiosidad y su aburrimiento.
Llegaron al pueblo cuando ya era muy de noche, pero la luna llena brillaba y las iluminaba. Todo el mundo en el pueblo estaba en sus casas y muy silenciosas, Serafina y Malandrina, espiaban por las ventanas. Malandrina no quería hacer nada más porque no quería meterse en otro lío fatal, pero Serafina tenía otro plan.
- Me han dicho que en este pueblo vive la niña más guapa del universo, vamos a buscarla.
Y siguieron espiando por las ventanas hasta que encontraron a la más guapa. Era una niña más o menos de su edad que tenía el pelo muy largo y muy negro y unos ojos verdes grandes, expresivos y eternos. Estaba en su habitación cepillándose el pelo, preparándose para ir a la cama porque estaba cansada.
-¿No te gustaría ser tan guapa como ella, Malandrina?
No os he dicho antes que Serafina era todavía más fea que Malandrina y tenía un corazón envidioso y vanidoso.
-¡Ójala fuera tan guapa como ella, pero no los soy y nunca lo seré, qué le vamos a hacer! Vámonos a casa Serafina, que ya es tarde y nuestros padres nos empezarán a buscar pronto.
-Espera, espera un momento. No volverás sola. ¿Conoces el conjuro número cuatrocientos?
-No, mis padres me han dicho que hasta que no sea mayor sólo puedo saber hasta el doscientos.
-¡Bah, qué tontería! A mí mis padres tampoco me dejaban, pero no les he dicho nada y por las noches, les robo los libros y copio los conjuros. Es injusto que ella sea tan guapa y yo tan fea, voy a hacer que me dé su belleza.
-Pero, ¿cómo vas a hacer eso? Porque no utilizas un hechizo para ser guapa y dejas a esta chica en paz.
-Los conjuros para ser bella tienen fecha de caducidad, sólo si le robas su belleza a una mortal, será para siempre.
-No puedes hacer eso, Serafina, eso sería una crueldad.
Pero Serafina ya no la escuchaba y a entrar iba a casa de la muchacha. Malandrina aprovechó para salir volando a avisar a sus padres de lo que estaba ocurriendo. No era una chivata pero su prima estaba a punto de meter la pata. Fue rápida como el rayo y los mayores llegaron a tiempo de impedir que Serafina le diera a la bella el elixir.
Una vez más todos los brujos salieron corriendo, otro pueblo más al que no volverían jamás. ¿Y ahora dónde andarán?
Aún podría contar cientos de historias acerca de mi mamá, pero este cuento ya es muy largo y tenéis que descansar. Sólo para terminar os diré que otro día otro capítulo os contaré y mientras tanto tened cuidado, porque no os he dicho dónde estamos ahora Malandrina y yo. No salgáis de noche a vuestro salón o ¿quién sabe? quizá estemos en el armario, porque somos muy viajeros y vamos cambiando de escenario. Pero si nos encontráis nada tenéis que temer que somos brujos honrados que no os van a comer…
O quizá todo este cuento sea un invento y seamos tan malos como el ogro malvado. Por si acaso cerrad puertas y ventanas, hasta que otro día a lo mejor vuelva para contaros más historias en persona, desde vuestro balcón.





De la categoría de los dolores V



Menstruación: “Y así parece que la mujer, estando con sus flores mirando al espejo nuevo y limpio, lo hinche de pecas y manchas con los rayos que salen de sus ojos(…) E si en tal tiempo mirase ahito y de cerca a los ojos de algún niño tierno y delicado, le imprimiría aquellos rayos ponzoñosos y les destemplaría el cuerpo de tal manera que no pudiese abrir los ojos ni tener la cabeza derecha sobre sus hombros(…)Y esta infició y ponzoña tienen más unas que otras, y en especial las viejas, que han dejado de purgar sus flores a sus tiempos por la naturaleza ordenados, porque entonces purgan más por los ojos y son de peor complexión por razón de edad; y así la vista de las semejantes es más peligrosa” (1)
El ser humano está hermanado ante el dolor, somos seres sufrientes que podemos reconocer en el otro nuestras dolencias, aunque no todas ellas nos pertenecen por igual. No hay nada tan femenino como parir y el hombre está a años luz de sospechar siquiera el tormento de ese momento místico en el que otra vida asoma. Tampoco todas las mujeres estamos hermanadas en el dolor de alumbramiento porque algunas deciden no hacerlo o sus cuerpos deciden por ellas la infertilidad. Pero sí hay un dolor que a todas no es común: sí, estoy hablando de la menstruación. Si hay alguna ultrafeminista radical, le aconsejo que no siga leyendo estas líneas para que su sensibilidad no resulte herida. Porque, compañeras de sexo, que no de género (cuando hablamos de género nos reducimos a categoría gramatical), el síndrome premenstrual existe, y sí, nos ponemos histéricas, insoportables, extremadamente susceptibles y el vacío existencial se apodera de nuestro femenino cuerpo. Y sí, todo eso nos ocurre por ser mujeres y a los hombres, obviamente, no. Y la razón es una razón de peso y sexo, nuestras femeninas hormonas se entregan a una orgía desenfrenada antes de que todo termine por explotar. Y cuando al final comenzamos a perder sangre intentando no perder la compostura, unos dolores ancestrales, pero no por ello menos reales, nos atenazan; un parto que no lo es, unas contracciones sin ningún fin, un dolor atroz de riñones y piernas, nos recuerdan dulcemente nuestra condición femenina. ¡Qué sublime placer el ser mujer! Pero, de todos modos ¡bienvenido sea el festival reglético! Al fin y al cabo, lo que nos espera es aún peor, sí: la menopausia, en la que ya nuestro cuerpo parece escapar del control de nuestra mente y así escapa nuestra orina y nuestra capacidad para mantener la cintura en sus lindes y nos convertimos oficialmente en brujas.
Por ello propongo un día mundial de la menstruación, en el que todas las mujeres del mundo puedan gritar al viento: sí, estoy con la regla y estos son mis síntomas y ahora, tendréis que escucharlos sin interrupciones. ¡Viva la mujer, con o sin periodo!( ¿alguien conoce algún otro sinónimo para la menstruación, regla, periodo? Y no me sirve el eufemismo”esos días”). E n toda mujer hay dos: la mujer durante el periodo de regla(antes y durante), y la mujer sin. La mujer-monstruo y la mujer-ángel.
Palabra de mujer-monstruo con ponzoña en los ojos.


1.Martín de Castañega, Tratado(…)de las supersticiones y hechizerías…(1ªed, 1529)

sábado, 9 de enero de 2010

ACCIDENTES GEOGRÁFICOS

En la cama mientras dormía, cogida a la almohada, pensaba en la decisión que sin tenerla en cuenta se había dictaminado. El juez, la parte, los testigos, no podían explicar cuál era la acusación, únicamente la pena sobre papel no impreso estaba clara. Sin acusación pero con delito se veía arrastrada a sobrellevar la carga. De cuánto tiempo era la condena no tenía idea, de cómo debía realizarla solo algún mínimo conocimiento, de cómo sería la prisión apenas se le informó. Ya resignada comprendió que las fuerzas dictatoriales no tenían ojos, no tenían manos, sólo un empeño férreo en que su justicia fuera llevada a cabo. Nada importaba la súplica, nada importaba el llanto, ante una voluntad ciega sólo cabía el acatamiento del veredicto: Culpable. Y una vez pronunciadas aquellas palabras ya no hubo más razón ni argumentos que pudieran cambiarla, debía aceptar su destino porque siempre hay alguien superior que piensa por los demás, siempre los otros tendrán razón, esto es lo que tiene haber nacido en una clase no dirigente, no tener los genes de un buen dictador, ser dirigido era su destino y no haberlo aceptado era el cargo merecido.


ENTRE NOSOTROS



Entre nosotros accidentes geográficos,

carreteras, aviones y caminos,

chabolas, cientos de tribus

urbanas y una familia en bicicleta.

Entre nosotros castillos,

ruinas, cementerios , rascacielos,

autopistas llenas de gasolina,

caracoles, marsupiales, el pop,

el rock y un corredor de antesalas

con bebidas isotónicas.

Entre nosotros un universo entero.

Entre nosotros , ¿ por eso tuviste que matarla?

¿Para entender que con sus voces

el mundo entero se convertía

en cera derretida, en bálsamo caliente

que adormece y anestesia el dolor

de una herida abierta?.

Herida que derrama su conciencia en amargos haces de estiércol.

Para entender que en su huida queda presente

parte de la piel que arrastra.

Para hincar en las sienes tuercas incandescentes

que emularan cenizas entrelazadas,

cordones de imágenes estridentes, amarillas de

estados oníricos que sobre la mesa toman vida.

Para todo esto acabaste con ella

olvidar su terquedad, olvidar... qué olvidar.

Para esto,

para olvidar que puedes dar una respuesta.



(Si supieras ...si supieras...)

PEPA Roble