SIEMPRE

viernes, 23 de abril de 2010

CANTO DE SIRENAS: Walk on the wild side



NICO ( Crista Päffgen )





NADIE

................He oído a las sirenas cantándose una a otra.
................No creo que canten por mí.
................T.S. Eliot

Navego atado al mástil,
no porque haya islas esperándome,
ni magas,
ni monstruos solitarios.
Estoy atado al mástil
porque necesito, para salvar al mundo,
que canten las sirenas.

WALDO Leyva, Breve antología del tiempo.

lunes, 19 de abril de 2010

EL AMOR COMO LA SAL.

El enigma del don, Maurice Godelier. En la reseña de Marcia Maluf se señala que una de las principales aportaciones del libro es el descubrimiento de Godelier de que las sociedades se organizan simbólicamente. Dentro de este mundo simbólico la acción de dar adquiere un valor fundamental porque conlleva valores y principios jurídicos y arrastra consigo otras acciones.

Las relaciones interpersonales se articulan en torno a tres acciones: la del dar, la del recibir, la del devolver que obliga moralmente al que ha recibido a devolver como medio de reconocimiento del otro. "Lo interesante del ensayo de Godelier es que ubica a los objetos y a los actos como significantes y mediadores de un sistema de intercambio que no se agotan en la utilidad y beneficio económico; sistemas de obligación y autoridad, de poder y de sumisión, de igualdad y de diferencia[...] de independencias y dependencias profundas[...] El dinero se ha transformado en el objeto sustituto de las cosas, el objeto fundamental del intercambio. Todo se compra y todo se vende y el dinero es la condición de la existencia material y social[...]También hay objetos sagrados que no se pueden dar y en nuestro lenguaje tampoco copmrar o vender, como la constitución de los pueblos, la propiedad sobre el propio cuerpo y la libertad, que se conservan como sustitutos de un mundo sagrado, y a pesar de las contradicciones, aún no del todo perdido"

El amor como la sal

" Les va a ser contado, y se les volverá a contar, un bellísimo cuento a ustedes, señores.
Había una vez un rey que tenía tres hijas. Un día, mientras estaban en la mesa, el padre dijo a las tres hijas:
─Bueno, pues vamos a ver quién me quiere más de vosotras tres.
La mayor se dio la vuelta:
─Papá, yo te quiero como a mis ojos.
La mediana contestó:
─Papá, yo te quiero como a mi corazón.
La pequeñita contestó:
─Yo te quiero como al agua y a la sal.
El rey se sintió ofendido:
─¿Que me quieres como al agua y a la sal? ¡Rápido! ¡Llamad a los verdugos, porque voy a darte la muerte!
Vinieron los verdugos y se llevaron a la niña. Las hermanas, que sintieron lástima de ella, entregaron una perrita a los verdugos y les dijeron:
─Cuando lleguéis al bosque, matad a la perrita y dad golpes sobre la camisa. A nuestra hermana no debéis matarla. Dejadla en una gruta.
Apenas los verdugos llegaron al bosque, mataron al perro, dieron golpes sobre la camisa, y a ella la dejaron dentro de una gruta. Arrancaron la lengua a la perrita y fueron al encuentro del rey.
Cuando llegaron al rey:
─Majestad, aquí están la camisa y la lengua.
Y su Majestad les entregó un premio.
Dejemos a esta gente y volvamos adonde la niña. Pasó un hombre salvaje, y ella le dio
cuenta de su mala suerte. El salvaje le dijo:
─¿Quieres venir conmigo?
─¿Qué es lo que hago yo aquí? Voy.
Cargó su fardo y marchó. Apenas llegaron a la habitación de él, él le enseñó toda la casa, los muebles, y le dijo:
─Aquí tienes todo lo que desees. Ahora tienes que rezar al Señor para que te favorezca con su ayuda, y no deberás tener miedo de nada.
Comieron. Él se marchó a cazar, puesto que era un hombre salvaje. Y ella se quedó dentro.
Por la mañana se levantó y se arregló el pelo. Apenas se lavó y tiró el agua, en la ventana de la princesa se colocó un pavo y cantó:
─Es en vano que te alises o que te rices el pelo. El hombre salvaje quiere comerte.
Ella, cuando escuchó tal cosa, se echó a llorar. Llegó el hombre salvaje y le dijo:
─¿Qué pasa?
─¿Qué pasa? ¿Qué es lo que va a pasar? Pues que me lavé la cara y, apenas tiré el agua, un pavo me dijo: "Es en vano que te alises o que te rices el pelo. El hombre salvaje quiere comerte".
El hombre salvaje contestó:
─Si te lo vuelve a decir, tú le dices:

Pavo, pavo,
de tus plumas he de hacer un plumaje,
de tu carne he de hacer un bocado;
he de ser la mujer de tu dueño.

Cuando, al día siguiente, ella le dijo eso, el pavo se sacudió y arrojó lejos todas las plumas.
El hijo del rey, cuando se asomó y vio el pavo desnudo, desnudo, se sintió maravillado y prestó atención. Al día siguiente, la mujer se arregló el pelo y tiró el agua. El pavo le dijo:
─Es en vano que te alises o que te rices el pelo. El hombre salvaje quiere comerte.
Y ella le contestó:

Pavo, pavo,
de tus plumas he de hacer un plumaje,
de tu carne he de hacer un bocado;
he de ser la mujer de tu dueño.

Cuando el hijo del rey se puso a mirar al pavo, vio, vio que el pavo se iba sacudiendo las demás plumas. Y a la hija del rey se le fue transfigurando su hermosa cara, y volvió a ser tan hermosa como Dios la había hecho. Dijo [el hijo del rey]:
─Rápido, papá, yo me quiero casar, y deseo a esta chica.
El padre dijo:
─Veamos quién es dueño de esta chica, porque creo que pertenece al hombre salvaje.
Envió mensajeros al hombre salvaje, y les ordenó que solicitasen a la chica. De este modo contestó el hombre salvaje:
─Si a ella le gusta, ella con una mano, y yo con cien.
Llamó a la chica y le soltó un largo discurso. La chica se hizo de rogar, fingiendo que no deseaba abandonar al hombre salvaje. Pero para sus adentros sentía como si hubiese pasado cien años entre las garras de aquel hombre salvaje. Pues bien, concertaron la boda. Luego llegó el hombre salvaje y le dijo a la chica:
─Mira, a mí me tienes que matar el día antes de que te cases. Tienes que invitar a los tres reyes del reino: a tu padre el primero. Y has de encargar a todos los criados que pongan agua y sal a todo el mundo, excepto a tu padre.
Así lo hicieron. Enviaron una citación a los tres reyes.
Bueno, pues el caso es que al padre de aquella muchacha le había ido creciendo la nostalgia de aquella hija, hasta el punto de que enfermó de angustia. Cuando recibió el anuncio, dijo:
─¿Y cómo puedo ir así, cuando siento el fuego de la ausencia de mi hija?
Y no quería ir. Luego pensó:
─El otro rey se ofenderá si no voy. ¡Y puede declararme la guerra!
Marchó. Un día antes de casarse, los novios mataron al hombre salvaje, lo dividieron en cuatro partes y lo distribuyeron por cuatro habitaciones. Cada cuarto en una habitación. Y la sangre, derramada por todas la habitaciones y por la escalera. El pavo había dicho que había que hacerlo así.
La sangre y la carne eran de oro y de piedras preciosas. Cuando llegaron los tres reyes y vieron las escaleras de oro, se sintieron inquietos por tener que poner los pies encima:
─No pasa nada ─dijo el pequeño rey─ pasad, que esto no es nada.
Por la tarde se casaron. Al día siguiente celebraron el almuerzo. El rey ordenó:
─¡Nada de sal ni de agua para aquel rey!
Se sentaron a la mesa, y la pequeña reina se colocó al lado de su padre. Pero su padre no comía. La hija le preguntaba:

─Real Majestad, ¿por qué no come? ¿Es que no le gusta la comida?
─¡En absoluto! Eso no tiene nada que ver. ¡Está muy rica!
─Pues, ¿por qué no come?
─Por nada, es que no me siento bien.
Y el novio y la novia le alcanzaron algunos tenedores con carne. Al rey no le apetecía comer, y mascaba como una cabra. (¿Cómo iba a comerla sin sal?).
Cuando terminaron la comida, se pusieron a contar historias. El Rey, fastidiado como estaba, contó todo lo que había sucedido con su hija.
─Y usted, Real Majestad ─le preguntó la hija─, ¿si viera a su hija la reconocería?
─¡Dios lo quisiera! ¡Hace tanto que la vi por última vez!
Ella se levantó y marchó a ponerse el vestido que llevaba cuando se separó de su padre, en el momento en que fue enviada a la muerte.
─Real Majestad, ¿os acordáis ahora de vuestra hija? ¿Es que no soy yo vuestra hija? Me hicisteis matar porque os dije que yo os quería como a la sal y al agua. Ahora habéis comprobado lo que significa comer sin sal y sin agua.
El padre fue incapaz de hablar. Lo único que hizo fue agacharse, abrazarla y pedirle perdón.
Ellos se quedaron felices y contentos, y nosotros estamos aquí sin nada."

PEDROSA José Manuel,Comer con sal, comer sin sal,o lo civilizado frente a lo salvaje..

culturapopular.org

viernes, 16 de abril de 2010

ONLY... ¿Zarcillos?




HAGAMOS UN TRATO



Cuando sientas tu herida sangrar
cuando sientas tu voz sollozar
cuenta conmigo

(de una canción de Carlos Puebla)



Compañera
usted sabe
que puede contar
conmigo
no hasta dos
o hasta diez
sino contar
conmigo

si alguna vez
advierte
que la miro a los ojos
y una veta de amor
reconoce en los míos
no alerte sus fusiles
ni piense qué delirio
a pesar de la veta
o tal vez porque existe
usted puede contar
conmigo

si otras veces
me encuentra
huraño sin motivo
no piense qué flojera
igual puede contar
conmigo

pero hagamos un trato
yo quisiera contar
con usted
es tan lindo
saber que usted existe
uno se siente vivo
y cuando digo esto
quiero decir contar
aunque sea hasta dos
aunque sea hasta cinco
no ya para que acuda
presurosa en mi auxilio
sino para saber
a ciencia cierta
que usted sabe que puede
contar conmigo.

Mario Benedetti

domingo, 11 de abril de 2010

DEL VERBO






“De vita beata”

En un viejo país ineficiente,
algo así como España entre dos guerras
civiles, en un pueblo junto al mar,
poseer una casa y poca hacienda
y memoria ninguna. No leer,
no sufrir, no escribir, no pagar cuentas,
y vivir como un noble arruinado
entre las ruinas de mi inteligencia.

Jaime Gil de Biedma

sábado, 10 de abril de 2010

VIENTOS DEL PUEBLO

PARA LA LIBERTAD

Para la libertad sangro, lucho y pervivo.
Para la libertad, mis ojos y mis manos,
como un árbol carnal, generoso y cautivo,
doy a los cirujanos.

Para la libertad siento más corazones
que arenas en mi pecho. Dan espumas mis venas
y entro en los hospitales y entro en los algodones
como en las azucenas.

Porque donde unas cuencas vacías amanezcan,
ella pondrá dos piedras de futura mirada
y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan
en la carne talada.

Retoñarán aladas de savia sin otoño,
reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.
Porque soy como el árbol talado, que retoño
y aún tengo la vida.


Miguel Hernández